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EL LIBERAL . Viceversa

Letras santiagueñas

03/12/2023 10:12 Viceversa
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Paseo nocturno. Por Marcelo Alfaro

En las penumbras de la fría habitación solo dos puntos de fuego reinaban.

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Las pesadas cortinas barrocas, vetustas, sólo añadían más sombra a la oscuridad.

Afuera, la lluvia enfurecida probaba uno y mil tintineos gélidos contra los vidrios, las celosías, las mamparas, la azotea.

Su única aliada, la renegrida chimenea de piedra, confabulaba falsos alaridos con los azotes del agua contra sus paredes internas.

El calor del fuego evaporaba los lánguidos chorros que reptaban hacia la habitación impidiendo que todas esas odiosas serpientes invernales alcanzaran a su única y temblorosa ocupante

Siseos y chirridos.

Siseos y chirridos.

En las paredes.

En los pisos de ébano.

En el misterioso techo. Bello de día pero cobarde de noche. Escondido, envuelto tenazmente en la feroz oscuridad que libraba su eterna lucha con las llamaradas de luz del famélico fuego más muerto que vivo.

Más resignado que impetuoso. Más lúgubre que vivaz.

Debajo de las sábanas... nada

Ni un movimiento.

Ni un temblor.

Ni un poco de vida o calor.

La seda, tan fría como si no hubiera sido jamás estrenada, acariciaba aquellos tobillos pálidos con desdén. Indiferencia pura. La misma que demostraba la lechosa pero extremadamente tersa piel.

Las rodillas apenas sí dibujaban un somero pliegue como pidiendo disculpas por tal impertinencia.

Pero solo una se apoyaba plenamente. La otra parecía flotar como la cálida brisa que solía colarse por la ventana en primavera.

A ésta la ayudaba el generoso muslo que la unía al vientre primero y al torso después. Las fuertes pero delicadas piernas ofrecían el contrapeso justo para aquel vuelo etéreo de la rodilla sobre la cama.

Las caderas, una arriba otra abajo, completaban la leve y progresiva torsión ascendente del cristalino cuerpo.

Ayudado por un brazo, el tronco descansaba también sobre el mismo costado que la cadera inferior sin desobedecer la tendencia que naturalmente había asumido todo el conjunto.

Un cuello laxo. Largo. Perfecto. Era la antesala de una cabellera envidiable para cualquier era de todos los tiempos y para cualquier rincón de la extensa geografía conocida y tal vez también por conocer.

Cabellos artistas debían ser. De lo contrario jamás se hubiera podido imaginar tales dibujos en armoniosa cascada como la buena música se deja caer por una cansina tarde otoñal.

Las pestañas. No podía ser de otra forma. Sino extensiones de aquellos diseños únicos e irrepetibles.

Curvas.

Infinitamente curvas.

Como buscando la inmensidad misma.

Parecían no dejar de elevarse nunca.

Eran el indescifrable límite de los aun más enigmáticos ojos.

¿Veían aún?

¿Soñaban abiertos quizás?

¿Husmeaban más allá de aquella pegajosa oscuridad? ¿Pellizcando acantilados bañados en el oro de un amanecer como solo se ve una vez?

¿O simplemente estaban allí y nada más?

Vacíos. Hoscos de color. Vacuos de esperanza.

Con la última de las doce campanadas, la pálida doncella corrió la pesada manta.

Incorporó su espigada figura descolorida sin un gesto de más. Nada excesivo. Ni un impulso sobraba de aquella rutina nocturna. Todo parecía encajar y ubicarse a su alrededor. A su ritmo, que apenas rompía la enfermiza quietud previa.

Podría decirse que no le faltaba gracilidad. Pero había algo más en su casi imperceptible desplazamiento que la alejaba de la natural elegancia de las damas de estirpe.

Las pesadas cortinas teñidas de siglos se levantaron solas como siguiendo aquella desconcertante fluidez. Acompasadas por una sorda música marchita.

Una impertinente bocanada de aire nocturno chocó con el hueco de la ventana que se abría y siguió su camino, indolente.

La mano perfecta tomó la guadaña y de repente el cuarto quedó vacío, sin un solo rumor. Como si siempre hubiera estado igual. Inmutable al pérfido tiempo.

Es hora de cosechar.

Poemas de María de los Ángeles Lescano *

Certeza

Todo muere

las cosas

y nosotros.

 Menos la tierra

 menos el agua

 menos la piedra

 ni la lluvia.

Son testigos

de tantas muertes

inocentes,

silenciosas

 y violentas.

 Y esta costumbre de vivir

 entre las plumas de la vida

 alcanza para gritar:

 ¡son incapaces

 de estar más cerca de Dios

 y de adherirse a las paredes del alma!

Hoy salí a regarte, papá

Es domingo,

día quieto

como esa foto que

me mira.

Hoy salí a regarte

porque tu sed

no tiene

huesitos rotos

para sembrar

semillas

en esta tierra

húmeda.

Es una sed distinta

de la del río y

la lluvia,

una sed con alas

y la cara seca de

las flores.

Hoy salí a

regarte, papá

Y no hizo falta

el agua.

Hoy salí a regarme.

Poemas de Lucas Daniel Cosci

Detrás del Aqueronte

A Victor Manuel Villalba

Siempre los bordes, la cornisa, el fragor del precipicio, sabias que alguna vez ibas a quedar con los pies en el vacío.

Me entristece, pero no me sorprende. 

Me lastima, pero no me arrebata.

Mi pregunta ahora es a qué lugar te has ido, detrás del Aqueronte.

La cartografía dantesca te queda corta, a lo mejor defectuosa. 

No al infierno, lugar de cretinos y traidores.

Tampoco al paraíso, privilegio de los tibios.

El destino creo ha ensayado para vos una variación escatológica: 

Un lugar adonde el horizonte se enreda sobre sí mismo, 

a donde juegas a perderte para siempre, 

a perseguir la estela fugaz de tu propia sombra. 

Tú lugar ha sido siempre el extravío. 

Desde aquí puedo escuchar sin fin tu insolente carcajada que no sabe de sí misma.

Redención de los días

Cuando ya no queda ni el dolor,

cuando las metáforas ha parido sólo ubicuidad,

cuando la noche te tiene de rodillas,

y el deseo se ha hecho piedra,

y es piedra tu carne y piedra tu alma y piedra tu esqueleto,

habrás de retomar una palabra

para sostener el mundo

o la huella ciega que queda en su lugar.

Nostalgia del último ocaso

Ya nada será lo que el cielo se dijo a sí mismo

cuando lo sorprendió el último ocaso.

Retirada

Cuando has creído de una vez por todas

estar a solas con tu ausencia,  

la soledad te abandona

con una palabra amarga 

que ya no puedes tragar ni menos escupir.

Fulgores del ocaso

El ocaso ha traído

sus últimos fulgores 

como una ofrenda de la tarde.

Aquí está mi sombra ciega, sin mí,

como una escurridiza mancha en el suelo

que no sabe a dónde huir,

ni donde refugiarse.

Los oficios nocturnos

Este oficio de inventar la noche 

se parece cada vez más al torpe aleteo del yanarka, 

que sabiendo a dónde va

se pierde con la luz.

Lucas Daniel Cosci ha publicado tres novelas: Faustino (2011), 1958, estación Gombrowicz (2015), y Ciudad sin Sombras (2018); los libros de cuentos: La memoria del viento (2012) y Cincuenta pastillas (2022); un ensayo: El telar de la Trama. Orestes Di Lullo, narrativa e identidad (2015). Aunque no tiene publicados libros de poesía, algunos de sus poemas que circulan en revistas y blogs, han sido incluidos en la última edición de la Antología de Poetas Santiagueños (2013) de Alfonso Nassif. 

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