febrero: mes de grandes batallas (segunda parte) febrero: mes de grandes batallas (segunda parte)
L as guerras civiles argentinas fueron un largo proceso que comenzó en 1814 con el combate del Arroyo de la China, en las orillas entrerrianas del río Uruguay, y terminó, a criterio de este historiador, con la unificación definitiva de la República Argentina en la batalla de Pavón de 1861, cerca del arroyo del Medio, en Santa Fe. Fueron cerca de cincuenta años que causaron penurias sociales, empobrecimiento económico, y sobre todo revulsiones políticas que significaron tragedia y drama, muerte y desolación en todo el territorio nacional.
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Los historiadores suelen ordenar los tiempos de la historia para intentar explicarlos de manera comprensible, pero es también su obligación remarcar que el acontecer de los hechos suele ser caótico y a primera vista, sin orden lógico. Con ese objetivo, se pueden dividir las guerras civiles argentinas en cuatro períodos: 1814-1821: Guerra entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y la Liga de los Pueblos Libres; 1820-1834: Guerras autonómicas de las provincias; 1828-1852: Guerra civil entre federales y unitarios; y 1852-1861: Guerra de secesión de Buenos Aires contra la Confederación Argentina.
Un listado de las batallas, los combates y las escaramuzas de estos conflictos llega a la impresionante cifra de 490 episodios en los que murieron argentinos luchando por sus ideas, y como siempre ocurre en las guerras civiles, sin duda se dieron episodios de una crueldad y de una conmoción como no es posible encontrar en las guerras convencionales entre naciones. En este recuento de los enfrentamientos bélicos, hemos elegido dos emblemáticos que marcaron la vida argentina en el mes de febrero. Nada quedó igual después de Cepeda y de Los Palmares.
5 de febrero de 1821: El combate de Los Palmares y el camino hacia el tratado de Vinará
5 de febrero de 1821: El combate de Los Palmares y el camino hacia el tratado de Vinará
Ya en tiempos de las guerras autonómicas entre provincias, el proyecto de la república del Tucumán, sueño de Bernabé Aráoz que duró sólo un año entre 1820 y 1821, iba a desatar la resistencia de santiagueños y catamarqueños en búsqueda de su autonomía definitiva. El intento del tucumano para elegir los representantes de Santiago del Estero al Congreso Constituyente que daría forma jurídica a la “República Federal de Tucumán”, enfrentó a sus enviados, Felipe Heredia y Juan F. Echauri con el pueblo santiagueño, que encontró en el jefe del fortín de Abipones, Juan Felipe Ibarra, al hombre que encabezaría la rebelión contra Aráoz, cuyas tropas fueron expulsadas de la “Madre de Ciudades” el 31 de marzo de 1820 e impuso a Ibarra como gobernador de la nueva provincia que asumía su autonomía.
A principios de 1821, el “presidente tucumano” Aráoz decide invadir Santiago del Estero. Ibarra pide el auxilio del salteño Güemes y apoyado por Buenos Aires, enfrenta la incursión en el combate de Los Palmares el 5 de febrero, donde las tropas santiagueñas propinan una derrota en toda la línea al ejército tucumano, hecho que consolida la fama militar de Ibarra. Envalentonado por la victoria, Ibarra junto a Alejandro Heredia, comandante de las tropas salteñas, invade el territorio tucumano, pero es derrotado en Rincón de Marlopa. Sin embargo, y gracias a la mediación del cordobés Juan Bautista Bustos, el 5 de junio de 1821 se firma el Tratado de Vinará, donde la provincia de Tucumán reconoce para siempre la autonomía de Santiago del Estero.
Las guerras civiles y sus batallas, sea cual fuere el resultado, adquieren una significación trágica por sus consecuencias inmediatas, pero el fuerte sentido de la nacionalidad, a pesar de los casi cincuenta años de enfrentamientos entre argentinos, lograron que se pudiera constituir una sólida república que tiene deudas pendientes. Sin duda la Argentina puede encontrar en su historia los cimientos necesarios para salir adelante. De Los Palmares derivó el tratado de Vinará. De Cepeda derivó el tratado del Pilar. Al final del combate, se encontró el acuerdo. Un gran ejemplo que merece ser seguido.
1° de febrero de 1820: La batalla de Cepeda y la derrota de las Provincias Unidas
El año 20 marca una bisagra en la historia nacional. Desde la historiografía liberal, se hablaba del inicio de la “anarquía”, y luego del aporte del revisionismo, se incorporó ese tiempo entre 1820 y 1852 como la guerra civil con predominio de los caudillos, mayoritariamente federales. Pero lo que no se discute, es que la batalla de Cepeda marcó el final del experimento político de la década de 1810, consistente en la formación de un gobierno central con sede en Buenos Aires. Es sabido que los sucesivos gobiernos, desde la Junta Gubernativa del Río de la Plata hasta el Directorio, pasando por la Junta Grande y los dos Triunviratos, enfrentaron en los tiempos de la Independencia demasiados frentes de batalla simultáneos.
En la región lindante con el Alto Perú, el Ejército del Norte peleó en una sucesión de batallas y combates que fueron definiendo la actual frontera con Bolivia, y sobre todo la actuación del general salteño Martín Miguel de Güemes, jefe de la vanguardia patriota desde 1816, pudo resistir el intento español de reconquistar el antiguo virreinato del Plata. Al mismo tiempo, en las estribaciones cordilleranas de Cuyo, el genio militar de José de San Martín organizó el Ejército de los Andes, herramienta militar que fue la columna vertebral que garantizó la independencia argentina y liberó a Chile y al Perú.
Sin embargo, el escenario más complejo fue el propio río de la Plata. En la Banda Oriental tres conflictos se superpusieron. El ataque del ejército patriota al último bastión realista bajo el mando de José Rondeau y Carlos de Alvear culminó con la caída de Montevideo en 1814, pero entonces los orientales, bajo el liderazgo de José Gervasio de Artigas, decidieron no aceptar las decisiones que se tomaban en Buenos Aires sobre su tierra y derivó en la fundación de la Liga de los Pueblos Libres, que desde 1815 abarcó al territorio oriental, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, y llegó a tentar a Juan Felipe Ibarra con la incorporación de Santiago del Estero en 1821, algo que no se concretó. También la invasión que el imperio del Portugal, con su capital establecida en Río de Janeiro, hizo a lo que hoy es la República del Uruguay, hizo que el frente oriental fuera caótico y con conflictos cruzados que se resolvieron recién en 1828, al terminar la guerra entre Argentina y Brasil.
Vale recordar que la Liga de los Pueblos Libres decidió no participar del Congreso General Constituyente convocado en San Miguel del Tucumán, que declaró la Independencia el 9 de julio de 1816. A pesar de su pertenencia a la Liga, Córdoba decidió enviar diputados a Tucumán. Estos siete años de virtual guerra entre las Provincias Unidas y la Liga estuvo jalonada por decenas de combates. Sin duda el más importante fue la batalla de Cepeda.
El 11 de noviembre de 1819 el director supremo José Rondeau reemplazó al jefe del Ejército del Norte, general Manuel Belgrano por su par Francisco Fernández de la Cruz, y le ordenó a éste bajar a Buenos Aires para asumir la defensa del gobierno central frente al desafío de los caudillos litoraleños. Desde su campamento en Pilar, a seis leguas de Córdoba, las tropas partieron el 12 de diciembre de 1819 rumbo a la capital, pero al llegar a Arequito el 8 de enero de 1820 se produjo un motín encabezado por los coroneles Juan Bautista Bustos, Alejandro Heredia y José María Paz, que produjo la desaparición práctica de ese glorioso ejército, el más antiguo hasta entonces en la guerra de la independencia.
El ejército liderado por Artigas, pero bajo el mando militar del gobernador santafesino Estanislao López, se puso en marcha para atacar a Buenos Aires. Rondeau sale rápidamente de la ciudad, con un ejército de 2.000 hombres rumbo a Santa Fe, dispuesto a invadir la provincia adversaria. Llega hasta la frontera, en el arroyo del Medio, y frente a la cañada de Cepeda, espera en formación clásica al ejército de López, quien en el camino se fortalece con las tropas reclutadas por el chileno José Miguel Carrera entre sus compatriotas y los indios cuyanos, alcanzando los 3.000 efectivos.
El gobernador entrerriano Ramírez asume el comando de las acciones cuando los ejércitos se encuentran en la mañana del 1° de febrero de 1820 y en sólo diez minutos los liguistas desarman el dispositivo porteño. La proporción de muertos es de 10 a 1 durante el corto combate, aunque la infantería de Rondeau resistió las embestidas durante tres horas, hasta que se dispuso el abandono del campo de batalla rumbo a San Nicolás de los Arroyos, donde los derrotados se embarcaron hacia Buenos Aires. En pocos días la Liga de los Pueblos Libres dominó todo el territorio al norte de la capital, provocando la caída del director Rondeau, la disolución del Directorio y del Congreso que sesionaba desde 1817 en Buenos Aires.
El propio López llegó a Buenos Aires y un gesto suyo produjo el rechazo de los porteños, que aceptaron la derrota a regañadientes: el santafesino ató su caballo a la Pirámide de Mayo, símbolo de la Revolución de 1810 y la mayoría consideró ese acto como una ofensa imperdonable. El 23 de febrero se firmó el Tratado del Pilar, reconociendo Buenos Aires su condición de provincia. Las dificultades internas de los caudillos liguistas impidieron un liderazgo unificado, lo que derivó en el retiro de Artigas y la muerte del entrerriano Francisco Ramírez.