Las dos preguntas Las dos preguntas
Existen dos preguntas que toda persona debe plantearse en ciertas instancias decisivas de la vida, recomienda el filósofo Sam Keen, autor, entre otras obras, de La vida apasionada, El dios de la danza y Amar y ser amado. Son éstas: ¿Hacia dónde voy? ¿Quién me acompaña?
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Hay un requisito básico: las preguntas deben hacerse en ese orden. Si lo inviertes, te verás en problemas. Parece sencillo y, sin embargo, solemos invertir el orden con mucha frecuencia y con demasiada facilidad. Cuando mi compañía es más importante que mi destino estoy preparando las condiciones para la frustración, para el desengaño y para el reproche. Si necesito de alguien que haga realidad mis sueños, entonces están dejando de ser mis sueños. Será el otro quien decida qué hacer con ellos. Suele ocurrir que nos encandilamos con la compañía y olvidamos la dirección de la marcha o, lo que es peor, la ignoramos. Es más importante “quién vendrá conmigo” y no “hacia dónde estoy yendo”.
Responder a la primera pregunta no es cosa fácil, pero de ello depende vivir de una manera o de otra. Aspirar a una vida auténtica o resignarse a un simple “como si” se viviera en plenitud, un simulacro más o menos exitoso. Saber hacia dónde estoy yendo significa preguntarme quién soy, que sé y qué ignoro de mí, cuáles son mis capacidades y mis limitaciones, no confundir mis deseos con mis necesidades (deseo un castillo, necesito una casa), reconocer cuáles son mis prioridades íntimas en este momento de mi vida y separarlas de las prioridades que me imponen desde afuera. Discernir mis certezas de las expectativas que otros tienen sobre mí. No confundir lo que puedo, quiero y necesito con lo que “debería”.
Descubrir a dónde estoy yendo significa, al mismo tiempo, aceptar las condiciones del camino y sus circunstancias. Habrá momentos en los que la marcha será más rápida y otros en los que será lenta. Habrá tramos llanos y fáciles y trechos escarpados y riesgosos. Habrá períodos en los que mi marcha será solitaria y épocas en las que muchos estaremos orientados hacia la misma dirección. En algún momento deberé ir adelante de mi compañía y en momentos quedaré atrás. Nadie garantiza que esta marcha atravesará un jardín de rosas. Pero hay algo seguro: la compañía será, en este caso, verdadera.
JUNTOS, NO ENCIMADOS
Todo encuentro, de cualquier tipo, forzado por la compulsión de contestar primero a la segunda pregunta, no se habrá producido en las mejores condiciones. Cuando estoy confuso acerca de mí, estoy propenso a depositar mi confusión en otro y, todavía más, a pretender que el otro la entienda y la resuelva. Que me acompañe, no importa para ir a dónde. Pero quien camina cargando a otro corre el riesgo de tropezar, de caer o sencillamente de cansarse pronto.
Distinto es el caso cuando el encuentro se produce en una natural confluencia del camino que cada uno está transitando. En ese caso, con seguridad, nadie tendrá que hacerse cargo de nadie, la marcha será conjunta y paralela, gozosa y nutritiva. Son los encuentros que ayudan a crecer. Los que significan estar con otro: ser con el otro y no ser para el otro ni del otro.
Lo cierto es que no hay por qué esperar a los grandes acontecimientos o crisis o decisiones para hacerse las dos preguntas. Por lo demás, las respuestas requieren tiempo, y responsabilidad. Y llevan integrado en sí el compromiso. Todo camino se hace en el tiempo, conocer es materia de tiempo. Responsabilidad es hacerse cargo de los propios actos y de sus consecuencias, por lo tanto no hay pregunta que pueda responderse sin responsabilidad. Y el compromiso es la consecuencia de un camino transitado en conjunto, no su origen.
La costumbre de acudir periódicamente a estas preguntas puede resultar un modo de mantenerse actualizado acerca de uno mismo y de su compañía. Quienes busquen estas respuestas con sinceridad y con asiduidad tendrán, seguramente, buenas posibilidades de marchar juntos por un largo tiempo, porque sabrán quiénes son ellos, quién es el otro y a dónde van. No correrán el riesgo, en fin, de despertar solos en una playa desierta.