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Cuando la soledad nos pega duro: la perspectiva psicológica en situaciones emergentes y cotidianas

16/05/2020 23:15 Santiago
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Cuando la soledad nos pega duro: la perspectiva psicológica en situaciones emergentes y cotidianas Cuando la soledad nos pega duro: la perspectiva psicológica en situaciones emergentes y cotidianas

Buenos días, gente amiga. Hoy voy a tocar un tema que estadísticamente se va acrecentando año tras año con todo lo que venimos pasando y padeciendo. Pero es un tema que viene desde muchos años, en referencia a los estudios del comportamiento humano y conductual sobre qué nos pasa con la soledad, también debo incluir variables como los sentimientos, las emociones, la sociabilización que nos va abandonando con el paso del tiempo, el paso de la vida con seres queridos que ya no están, las situaciones críticas de cuarentena como lo es en este caso la pandemia (covid-19), en fin, tantas circunstancias que nos llevan a esta palabra dolorosa para el adulto mayor, para el adulto y por qué no para los niños en menor medida. La soledad ha sido descrita y poetizada desde que el tiempo es tiempo.

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El ser humano es un animal social por naturaleza, pero no tiene por qué desear adscribirse a sus normas sociales. Por ello, la soledad puede tener por significado la libertad para buscar un camino propio, pero también la exclusión desde afuera que sufre una persona al no cumplir las normativas sociales. En este sentido, entendemos por soledad lo que ocurre cuando las personas viven solas voluntaria o involuntariamente. Pero nos centraremos más en la sensación de soledad o desamparo, es decir, las que no eligen voluntariamente estar o sentirse aisladas. La pregunta que en el mundo de la salud mental nos hacemos es: ¿hasta qué punto la soledad puede afectar a la enfermedad?

Los principales tipos de soledad 

Soledad contextual

La soledad no siempre se extiende a todos los ámbitos de la vida; a veces, queda limitada a un único contexto. Por ejemplo, alguien que no tenga amigos ni conocidos en la facultad a la que asiste a clases o en el trabajo puede experimentar soledad ahí, aunque en cualquier otro lugar sienta la cercanía de muchos seres queridos.

Soledad transitoria

Es importante tener en consideración el factor tiempo al analizar los tipos de soledad que experimentan las personas. En el caso de la transitoria, esta aparece en situaciones concretas y no dura mucho más de un día. Por ejemplo, cuando aparece un conflicto en una relación amorosa o de amistad, puede surgir la sensación de que hay una barrera que nos separa del otro, o que nos ha revelado una faceta de su personalidad que nos hace replantearnos si la conocemos.

Soledad crónica

Este tipo de soledad no depende de un contexto o situación determinada, sino que se perpetúa en el tiempo, manteniéndose en diferentes ámbitos de la vida de una persona. Eso sí, eso no significa que no vaya a desaparecer nunca ni que no podamos hacer nada para que se desvanezca; dadas las condiciones adecuadas, puede ir debilitándose hasta desaparecer, pero esto cuesta más que en otras clases de soledad más circunstanciales. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la diferencia entre la soledad crónica y la transitorias es solo una cuestión de grado, y no hay una separación clara entre ellas. Por eso, por ejemplo, podemos encontrarnos casos en los que una persona está sometida a una vida extremadamente monótona que solo consiste en un tipo de ambiente, y se siente sola; en este caso, no estaría muy claro si se trata de la crónica o de la transitoria, dado que podemos entender que se ha quedado estancada en un momento de su vida que se repite una y otra vez día tras día.

Soledad autoimpuesta

Hay casos en los que la soledad es la consecuencia de un aislamiento que uno mismo ha decidido utilizar como elemento definitorio de su propia vida. Por ejemplo, personas con miedo a sentirse defraudadas por amigos o seres queridos, y que desarrollan actitudes misántropas o, en general, de desconfianza hacia los demás. En algunos casos, esta forma de soledad también puede aparecer por causas religiosas, como la voluntad de consagrarse a una vida de dedicación a uno o más dioses, sin que por ello se abracen sentimientos de hostilidad hacia el resto de personas.

Soledad impuesta

La soledad impuesta es consecuencia de una serie de privaciones materiales a las que se somete a la persona, en contra de la voluntad de esta última. La incapacidad de tener relaciones normales y de manera sostenida hace que aparezca la sensación de aislamiento, sensación que se corresponde con hechos objetivos, como la falta de tiempo libre o el hecho de vivir en un lugar muy reducido y apenas salir de él. Por otro lado, que la soledad sea impuesta por otros no significa que la existencia de esta emoción sea el objetivo de las medidas impuestas a quien las sufre. Por ejemplo, puede ser causada por unas jornadas laborales muy exigentes, en las que lo importante es hacer dinero.

Soledad existencial

La soledad existencial es muy diferente al resto de tipos de soledad, porque en ella influye relativamente poco la calidad y la cantidad de las interacciones que mantenemos con el resto de personas. Se trata más bien de un estado en el que la emoción de la soledad se mezcla con la duda existencial de para qué se vive y qué es exactamente lo que nos conecta a los otros. Si la consciencia de uno mismo es una experiencia subjetiva, privada y que no puede ser compartida, nuestra existencia puede llegar a ser percibida como algo radicalmente separado de nuestro entorno y quienes habitan en él. Por otro lado, la ausencia de un sentido para la propia vida puede llegar a contribuir a que nos sintamos desconectados del resto del cosmos. Es decir, es una experiencia que normalmente genera malestar o inquietud, y que no puede ser afrontada intentando hacer más amigos o conociendo a más gente.

El impacto de la soledad en la salud mental

En mi experiencia de consultorio y a través de datos tomados desde las interconsultas con colegas en Argentina hay 4,7 millones de hogares unipersonales, de los cuales 2 millones son personas mayores de 65 años. Además, diferentes estudios confirman que una de las mayores afecciones psicológicas que sufre esta población es el sentimiento de soledad. Por otro lado, gran parte de los adolescentes con ideas o intentos suicidas han expresado sentirse solos e incomprendidos como parte del problema. Asimismo, la pobreza y la soledad son las principales causas psicosociales que favorecen la aparición de enfermedades mentales. Con todo esto, también quiero señalar lo que los poetas han escrito de las mil y una maneras; que estar solo implica dolor, y el dolor prolongado y sin consuelo lleva a la locura más profunda. ¿Relación con el desarrollo de un trastorno mental? Absolutamente.

Las diferentes formas de la soledad

Además expondré las diferentes maneras de manifestarse en ese sentimiento de soledad y cómo nos afecta psicológicamente. También, relacionaré cómo la sociedad refuerza la soledad en sus diferentes mensajes.

Estar o sentirse solo

Esta diferencia asoma cuando atendemos a algunas personas con carencias afectivas en consulta. Dinero, éxito social y profesional, parejas estables, salud física y estética… y sin embargo, son personas que agachan la cabeza y se encogen cuando expresan cómo se sienten. Puede que hayan aprendido a relacionarse y a captar la atención de otros de un modo muy eficaz, pero su problema con mostrarse vulnerables o permitirse espacios de intimidad convierte esta gran habilidad en una coraza que, contradictoriamente, hace persistir un sentimiento devastador de soledad. Aunque en los centros escolares se incentive el trabajo en equipo o colaborativo, sigue perdurando un mensaje desde la sociedad del estilo de “soluciona tus problemas solo, porque sino eres débil”, “emparejarse es atarse”, “la imagen es lo más importante, aprende a vestirte y ve al gimnasio”… Lo único que consigue de este modo es seguir asociando el éxito y la fortaleza con la propia soledad. Una vez más, toda una contradicción con nuestra naturaleza social. A esto podemos sumar la falsa ilusión de comunidad que se genera en las redes sociales, con los emoticonos y los likes como símbolo de admiración. Tanto las habilidades sociales para vincularnos a otros como la tolerancia a la frustración por estar solos son ingredientes que se pierden si basamos la interacción social en estas plataformas digitales. Al final, en vez de ser una comunidad que mira a una persona en una pantalla (la televisión hace 20 o 25 años), somos una persona que se siente mirada por la comunidad cuando solo hay una cámara. Si, la tecnología nos da facilidades en nuestro día a día, pero hay batallas que estamos perdiendo, y caemos en forma de selfie. Con tanta tecnología preferimos las selfies, es realmente desnaturalizante para la conformación de una personalidad sana.

Por otro lado está el mundo de los videojuegos. Los adolescentes pasan cada vez más tiempo jugando en sus cuartos, conectados con amigos virtuales para superar los retos que suponen esos juegos. El riesgo aquí es instrumentalizar esas relaciones para el ocio y no crear vínculos cercanos de seguridad en los que confiar los secretos más profundos. Jugar es sano y entretenido, pero el mundo real siempre supondrá el mayor reto, vivir, y necesitamos aliados para superarlo. Cuando una persona reconoce en sí misma esta diferencia entre estar o sentirse solo, es cuando se genera la sensación de libertad, ya que puede elegir las compañías, y puede hacerlo acorde a sus necesidades, sin confundir las redes sociales como verdadero espacio de encuentro e intimidad. Los adolescentes necesitan a sus referentes adultos para enseñarles y recordarles cómo se hace, mirar a los ojos, llamar por teléfono, quedar a dar una vuelta, en resumen, aprender a estar presentes analógicamente y no tanto virtualmente.

Soledad como elemento que se agrava con otras patologías

Si sumamos la soledad sentida como rechazo, abandono y desamparo por parte de la red de apoyo a la necesidad de regulación y equilibrio emocional, el resultado son problemas de gestión fisiológica-emocional que están muy relacionados con los diferentes trastornos mentales, con lo neuropsicológico, tanto para provocar directamente su aparición como para empeorarla drásticamente. Tal es el caso de la ansiedad y la depresión, trastornos que van muy parejos a una sensación de incomprensión que dificulta la comunicación.

Es difícil saber qué vino antes, si “el huevo o la gallina”, en el sentido que la incomprensión puede producir frustración, y esta afecta a la hora de demandar ayuda, generando sensación de invasión o exigencia desmesurada a quienes intentan ayudar, intensificando esa sensación de incomprensión y, por lo tanto, soledad sentida, una y otra vez, como un círculo vicioso sin fin. En otros casos, como el duelo o el trastorno de estrés postraumático (TEPT) la falta de apoyo social entra como uno de los factores de riesgo para la cronificación de la enfermedad. Esto quiere decir que si posteriormente al acontecimiento traumático o pérdida de alguien amado no hay un apoyo presente, tanto en forma de mensajes como de visitas, el cerebro, la mente y la persona se terminan por desmoronar.

Es posible que el aislamiento continuo se vea en ese contexto como una forma de protegerse del daño, aunque también puede verse como una manera de acomodarse a un ataúd personal. Es totalmente cierto que la soledad brinda oportunidades para ponerse a prueba, para descubrirse fuera de la zona de confort, para escucharse, para relajarse, para ampliar los límites de uno mismo.

Siempre necesitaremos una zona de confort, pero que al regresar de esa zona, alguien nos escuche y nos mire, que nos rete, que nos comprenda. Seguramente estaremos en el equilibrio emocional que nos proponemos. La felicidad sólo es real cuando se comparte.

Bibliografía:

Vega Botter, M. (2020). “Experiencias de consultorio”. Psicólogo Clínico (2007) UNC. Dr. en Neuropsicología. UNC (2008).

Cacioppo, J.; Hawkley, L. (2010). “Loneliness Matters: A Theorectical and Empirical Review of Consequences and Mechanisms”. Annals of Behavioral Medicine. 40 (2): 218–227.


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